miércoles, 12 de diciembre de 2007

El señor de las llamas

A pesar de los años de sacrificio y las leves jorobas que acarrea en su espalda, no existe razón o fuerza mayor que aleje a este hombre de su pasión. Para muchos, es difícil entender que una labor gratuita y voluntaria pueda producir remuneraciones impagables. Enrique Pérez (58) decidió entregar su vida para luchar contra las llamas, y no existe un solo minuto en que no se sienta orgulloso de haber tomado este desafío.

Este hombre residente del barrio Brasil, acaba de cumplir 40 años de voluntariado en la 9º Compañía de Bomberos. Su vocación por el servicio la fue forjando desde pequeño; era su padre quien estaba siempre contándole historias de bomberos e instándolo a que se interesara en el tema. Más adelante, Enrique decidió estudiar una carrera técnica en Prevención de Riesgos, y es ahí donde conoció a uno de sus mejores amigos en la actualidad. Miguel Ortega, quien estudiaba junto a Enrique, hace varios meses había estado interesado en ofrecerse como voluntario en la compañía de bomberos de su comuna. A la semana siguiente, los dos amigos fueron a la 9º Compañía de Bomberos a averiguar de qué se trataba el voluntariado. Desde ese minuto, su vida no se alejó más de las sirenas y las mangueras.

A pesar de tener 1,83 de altura y 90 kilos de peso, Pérez asegura que la fuerza física es el reflejo de la fuerza del corazón. Cree que de nada sirve tener poder físico si no es usado adecuadamente. “Yo soy un hombre muy bruto. Desde chico descargaba mi rabia pegándole patadas a las puertas y rompiendo platos, pero a medida que fui descubriendo una forma de canalizar esa fuerza en cosas útiles, mi vida fue tomando otro sentido”. Curiosamente, luego de décadas de apagar incendios y luchar contra fuerzas mayores, la cicatriz más notoria en el cuerpo de Enrique está en los nudillos de su mano izquierda: a los trece años, luego de una discusión con su hermano mayor, atravesó de un sólo golpe un ventanal de su casa. Aún recuerda con humor aquel episodio absurdo.

Bombero de golpe

Enrique Pérez no es un hombre de rencores. No le cuesta perdonar a los que le hacen daño, pero no soporta que ese daño sea hecho a los que no se pueden defender, y sobre todo, no perdona a los cobardes que amedrentan con las llamas. El 11 de septiembre de 1973, Enrique caminaba como todas las mañanas a su trabajo en Ferrocarriles del Estado, cuando un llamado sorpresivo enviado por la Comandancia de Bomberos de Santiago ordenó el acuartelamiento general de todos los voluntarios del país. Sin estar seguro de lo que debían hacer, los bomberos reunieron sus equipos y se vistieron de traje rojo.

Horas más tarde, las noticias informaban que Valparaíso había sido tomado por las Fuerzas Navales, mientras que en la capital, los bomberos escuchaban cómo los aviones Hawker Hunter sobrevolaban el cuartel para dirigirse al Palacio de La Moneda. Pérez se estaba preparando para cualquier panorama, y la cojera que durante las últimas semanas lo había estado molestando, no sería un impedimento para luchar por la patria. El primer incendio se inicia en la Sede del Partido Socialista, le seguiría la explosión en La Moneda. Una vez allá, Enrique y sus colegas comenzaron a ofrecer ayuda a las personas heridas, quienes no podían levantarse por sí mismos debido a la gravedad de sus quemaduras.

Un día después del golpe militar, Pérez fue trasladado al Ministerio de Defensa donde desempeñaría funciones de comunicación. Estaba a cargo de recibir los llamados del Cuartel General y despacharlos a las distintas compañías, todo esto supervisado por hombres del Ejército. A pesar de que los bomberos eran muy respetados dentro del Ministerio, Enrique cuenta que en los pasillos ya no cabían más detenidos y que estaban unos arriba de otros como animales.

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