domingo, 9 de septiembre de 2007

El arte de la desconstrucción

A fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el barrio Brasil formaba parte de los centros sociales más selectos de la capital chilena y es en él donde se encontraban las edificaciones más exclusivas diseñadas por una serie de arquitectos de renombre internacional, tales como Teodoro Burchart y Gustavo Monqueberg. Con el paso del tiempo, estas edificaciones, que alguna vez fueron consideradas una obra de arte, ahora no son más que un foco de conflicto tanto como para los vecinos del sector, como para las autoridades de la comuna de Santiago.

Julio Pedraza tiene 35 años y hace dos que se trasladó con su mujer y sus tres hijas a la casona ubicada en Santo Domingo 2241. Desde que es un niño pequeño, sus recuerdos son amargos y el sufrimiento ha marcado su vida de forma radical. La entrada a la vida laboral en su caso fue precoz, ya que a los 12 años tuvo que dejar los estudios para junto a su padre comenzar a recolectar cartones y así tratar de apalear la mala situación económica de la familia.

Tras años de estar viviendo en un campamento en Pedro Aguirre Cerda, un amigo le comentó de una casona abandonada en la calle Santo Domingo, lugar en el cual podrían vivir tranquilos y que además los mantendría alejados de los conflictos que últimamente habían tenido con los otros pobladores del campamento. Hasta el día de hoy, Julio y su familia siguen viviendo en esta deteriorada construcción, pero su presencia ha causado una serie de contiendas con los vecinos del sector, quienes afirman que “estas personas no hacen más que tomar alcohol y asustar a nuestros niños, además acumulan basura durante más de un mes adentro y el olor es cada vez más insoportable”.

Situaciones como la descrita anteriormente no hacen más que sacar a la luz una realidad que es ignorada tanto por las autoridades como por el común de las personas que diariamente transitan por las calles del barrio Brasil. Sin embargo, los más antiguos residentes del sector son los que más lamentan el evidente estado de destrucción de estas antiguas edificaciones, que en su momento fueron diseñadas especialmente para ese barrio y pensadas minuciosamente como un complemento al entorno artístico que se vivía ahí en esa época.

La fuerza de la urbanización provocó que las antiguas casonas esparcidas por toda la zona fueran poco a poco convirtiéndose en verdaderos escombros y que todos los recuerdos que éstas albergaban se fueran desvaneciendo como polvillo en el aire. Pareciera que son sólo un par de ratas que tratan de colarse por un agujero de la antigua casona de color burdeo añejo, quienes tratan de revivir sus recuerdos vividos ahí y se niegan a que esta bohemia construcción sea olvidada y opacada por la fuerza de la modernización.

La junta de vecinos “Santa Ana”, ubicada en Santo Domingo 2020, a pasos de la casona en cuestión, ha recibido durante el último tiempo una gran cantidad de denuncias por parte de los vecinos, quienes alegan falta de preocupación de las autoridades en torno a este tema y aumento del número de robos a domicilios. La presidenta de esta corporación municipal, la señora Sara Ahumada, ha sido intermediaria entre la opinión de los vecinos y las autoridades correspondientes, pero pocas han sido las soluciones que el alcalde y los funcionarios han brindando a este problema.

“Nosotros como representación de los vecinos, nos hemos tenido que hacer cargo de esta situación ya que las autoridades no consideran este problema como algo urgente y cada vez lo aplazan más. Gran parte del deterioro de las construcciones de nuestro barrio se debe a la falta de recursos que se han destinado a este fin, y sentimos que cada día se pierde más la identidad de nuestras calles.”

No sólo el descuido de las casonas es lo que preocupa a las personas, sino que también éstas mismas se han ido poco a poco convirtiendo en hogar para indigentes como Julio Pedraza, y además en refugio de delincuentes oportunistas.

Al pasar por afuera de ese lugar se ven varios hombres de aspecto demacrado y barba larga macheteando algunas monedas, cuyos semblantes delatan una cuota de agresividad y represión. Luego de un momento, uno de ellos saca un encendedor y prende un papelillo con marihuana, el cual parece ser lo único que estos hombres se han llevado a la boca en todo el día. A pesar de los prejuicios que esta imagen pueda causar, según los vecinos, no son estas personas quienes estarían causando problemas.

“Los indigentes que se juntan afuera de la casona roja no molestan a nadie, salvo cuando se juntan a tomar y meten ruido en la noche. Son más bien los ladrones de cuello y corbata los que preocupan a los vecinos del barrio, ellos se aprovechan y cuando alguien pasa por afuera le quitan la cartera y salen corriendo”. Cuenta doña Carmen Encalada, quien hace un mes fue víctima de un lanzazo en la esquina de Av. Brasil con Santo Domingo.

Utopías escondidas en la ciudad


Fósiles de aristocracia y aromas añejos a oligarquía forman parte de la historia del epicentro cultural y social más importante del Barrio Brasil. Anhelos de modernización y necesidad de progreso son los protagonistas y responsables del deterioro de los recuerdos que alguna vez se refugiaron en la Plaza Brasil, y que poco a poco se han ido difuminando hasta perderse entre las nubes obscuras que se pasean sin pudor por el cielo santiaguino. Este espacio de encuentro, rebosante de bohemia y memorias, ha sido testigo de la evolución forzada que ha experimentado la sociedad, pero nunca ha podido manifestar su desacuerdo en torno a ella, teniendo que callar sin apelaciones.

Junto con los primeros atisbos de sol, miles de chilenos se levantan día a día para llevar a cabo la monótona rutina a la que se encuentran condenados. Algunos ya resignados ante esta situación, no han encontrado mejor solución que convertirse en súbditos de la producción, en tanto, aún existen otros que jamás se acostumbrarán a la idea de trabajar para vivir y sueñan con el ocio eterno. Ya caída la tarde, es posible ver a algunas de estas almas presas del trabajo compartir un momento junto a sus hijos en la Plaza, instancia que por un minuto deja de lado su rol de adulto responsable y los acerca a su infancia de antaño.
Independiente de los años de vida o la experiencia, existe un elemento en ese lugar que ejerce un efecto embelesador en las personas, y quien sea que lo vea, se preguntará cual es la historia que esconden esos gigantes de colores. Son los juegos infantiles característicos de la plaza los que le dan vida y sabor al irrumpido recinto y además sumergen a cualquier mente en un trance de figuras abstractas.
Las formas de estos singulares juegos, conforman la utopía máxima de cualquier niño, ya que reúnen altura, colores y rareza dentro de una misma silueta. Dentro de las seis figuras que se pueden apreciar, hay una que sin duda atrae de forma extraordinaria a los pequeños exploradores. Su estructura está conformada por una gran cabeza que simula un hambriento dragón azul, luego le sigue el cuello por el cual se deslizan los niños y finalmente está el gigante pie que logra mantener en la tierra a esta gran bestia. Hacia el lado izquierdo, se asoma una imponente montaña de color gris claro, la cual en su estructura lleva incluida una pequeña escalerilla que permite que los niños asciendan a lo que ellos llaman “lo más alto del mundo”.

Este mundo de travesuras y diversión permite a los infantes entrar en una dimensión desconocida y ampliar su basta capacidad de imaginación. Cuando la luna comienza a revivir de su siesta diurna, le exige al sol que vaya a descansar y le promete que hará todo lo posible por alumbrar. Sin embargo, la tenue luz proyectada durante la noche no alcanza a espantar a los grupos de jóvenes que todas las noches sagradamente se reúnen en torno a los juegos infantiles. Entre grafitis y colillas de cigarrillos, estos gigantes coloridos tratan de hacerse los dormidos para que los irreverentes adolescentes no noten su descontento. Son ellos quienes ven las dos caras de la Plaza Brasil, pero nunca nadie sabrá qué es estar en sus zapatos.

Un poco de historia ...

La Región Metropolitana ha sido testigo de una serie de cambios que han dado paso a la modernidad y a la urbanización acelerada. Cada día es más frecuente ver condominios sobre los cerros, centros comerciales y colegios ubicados en la periferia de la ciudad, lo cual es un importante indicio de la enorme expansión que ha sufrido nuestra capital durante las últimas décadas. Algunas de las consecuencias que este avance ha ocasionado es que gran parte de los barrios emblemáticos de la ciudad han ido quedando en el pasado y su esencia poco a poco se ha ido oscureciendo. En el sector poniente de Santiago, más específicamente en la comuna de Santiago Centro, está ubicado uno de los barrios más característicos de la capital: Brasil. Este sector cuyo nombre nace a partir de su calle principal, Avenida Brasil, está delimitado por las calles Agustinas, Panamericana Norte-Sur, Rosas y Ricardo Cumming y se encuentra perpendicular a la Av. Del Libertador General Bernardo O’Higgins. Desde sus principios hasta hoy, Brasil es considerado un lugar con identidad propia y rebosante de bohemia y cultura, lo cual le ha permitido sobrevivir en alguna medida a la feroz irrupción del hombre y sus máquinas.

A mediados de los años veinte, el Barrio Brasil nace como cuna de la alta sociedad santiaguina y es en él donde se concentraba la preponderante oligarquía criolla de esos tiempos. Este elegante y exclusivo sector albergaba a las familias más adineradas de la aristocracia chilena, quienes cada tarde se reunían en la Plaza Brasil para lucir sus refinados atuendos y enterarse de los últimos chismes.
Los residentes de este barrio se encontraban totalmente ajenos a la realidad del resto del país e incluso del mundo, el cual estaba viviendo las consecuencias y difícil situación de post guerra. Con el pasar de los años, cientos de inmigrantes dedicados al comercio y la industria, integrantes de partidos políticos radicales y banqueros comenzaron a poblar las calles del Barrio Brasil. Todas estas personas conformaban la clase media ascendente del país, lo cual causó gran disgusto en los antiguos residentes, ya que se suponía que el sector fuera sólo para miembros de la elite santiaguina. La llegada de estos trabajadores no sólo generó un cambio en la estructura de la zona, sino que además una modificación en sus edificaciones, las cuales en un principio tenían un estilo neogótico y que poco a poco se fueron mutando hasta llegar al estilo neoclásico o tradicional chileno. Junto con el gobierno de Alessandri, las generaciones de la laboriosa clase media fueron apoderándose cada vez más de esta área, lo que generó la inminente migración de las clases altas hacia el sector oriente de la capital, situación que también afectó a otros sectores aledaños. A pesar de las mutaciones que este lugar sufrió durante la década del cuarenta, a comienzos de los años noventa sus calles comienzan a renacer y su voz se escucha un poco más fuerte. Ante la agitada vida santiaguina de ese tiempo, surge la necesidad por parte de intelectuales y artistas de levantar el Barrio Brasil y convertirlo en un centro cultural y foco de inspiración para sus obras de arte. Así comienza una etapa de reconstrucción y restauración de antiguos edificios, la Plaza Brasil se viste de colores mediante la presencia de llamativos juegos infantiles y se potencia el área gastronómica y comercial lo cual permite la revaloración de la zona.

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