domingo, 9 de septiembre de 2007

Utopías escondidas en la ciudad


Fósiles de aristocracia y aromas añejos a oligarquía forman parte de la historia del epicentro cultural y social más importante del Barrio Brasil. Anhelos de modernización y necesidad de progreso son los protagonistas y responsables del deterioro de los recuerdos que alguna vez se refugiaron en la Plaza Brasil, y que poco a poco se han ido difuminando hasta perderse entre las nubes obscuras que se pasean sin pudor por el cielo santiaguino. Este espacio de encuentro, rebosante de bohemia y memorias, ha sido testigo de la evolución forzada que ha experimentado la sociedad, pero nunca ha podido manifestar su desacuerdo en torno a ella, teniendo que callar sin apelaciones.

Junto con los primeros atisbos de sol, miles de chilenos se levantan día a día para llevar a cabo la monótona rutina a la que se encuentran condenados. Algunos ya resignados ante esta situación, no han encontrado mejor solución que convertirse en súbditos de la producción, en tanto, aún existen otros que jamás se acostumbrarán a la idea de trabajar para vivir y sueñan con el ocio eterno. Ya caída la tarde, es posible ver a algunas de estas almas presas del trabajo compartir un momento junto a sus hijos en la Plaza, instancia que por un minuto deja de lado su rol de adulto responsable y los acerca a su infancia de antaño.
Independiente de los años de vida o la experiencia, existe un elemento en ese lugar que ejerce un efecto embelesador en las personas, y quien sea que lo vea, se preguntará cual es la historia que esconden esos gigantes de colores. Son los juegos infantiles característicos de la plaza los que le dan vida y sabor al irrumpido recinto y además sumergen a cualquier mente en un trance de figuras abstractas.
Las formas de estos singulares juegos, conforman la utopía máxima de cualquier niño, ya que reúnen altura, colores y rareza dentro de una misma silueta. Dentro de las seis figuras que se pueden apreciar, hay una que sin duda atrae de forma extraordinaria a los pequeños exploradores. Su estructura está conformada por una gran cabeza que simula un hambriento dragón azul, luego le sigue el cuello por el cual se deslizan los niños y finalmente está el gigante pie que logra mantener en la tierra a esta gran bestia. Hacia el lado izquierdo, se asoma una imponente montaña de color gris claro, la cual en su estructura lleva incluida una pequeña escalerilla que permite que los niños asciendan a lo que ellos llaman “lo más alto del mundo”.

Este mundo de travesuras y diversión permite a los infantes entrar en una dimensión desconocida y ampliar su basta capacidad de imaginación. Cuando la luna comienza a revivir de su siesta diurna, le exige al sol que vaya a descansar y le promete que hará todo lo posible por alumbrar. Sin embargo, la tenue luz proyectada durante la noche no alcanza a espantar a los grupos de jóvenes que todas las noches sagradamente se reúnen en torno a los juegos infantiles. Entre grafitis y colillas de cigarrillos, estos gigantes coloridos tratan de hacerse los dormidos para que los irreverentes adolescentes no noten su descontento. Son ellos quienes ven las dos caras de la Plaza Brasil, pero nunca nadie sabrá qué es estar en sus zapatos.

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